Son las 2:48 de la tarde, del 13 de mayo del 2021 y Andrea Vargas Rojas recién empieza su jornada como enfermera especializada en el cuidado crítico de pacientes, en el Hospital Rafael Ángel Calderón Guardia. 

 Ella es enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos Quirúrgicos, por lo que está a cargo de algunos de los enfermos más delicados de la covid-19, ubicados en el séptimo piso de la torre este del hospital. 

Antes de empezar sus tareas, la especialista saca su teléfono celular y graba, a petición de Costa Rica Noticias, un breve relato de lo que sido su cara a cara con la mortal enfermedad.

La enfermera, así como otros trabajadores de salud que le presentaremos a futuro, compartieron su vivencia con ayuda de la oficina de prensa de la Caja, luego de que esa dependencia rechazara en múltiples ocasiones las solicitudes de este medio para ingresar a una sala covid y describir por nuestra cuenta lo que ahí se vive.

Durante casi 20 minutos, Andrea describe con gran sensibilidad algunos detalles de su meticuloso trabajo, sus miedos, los días y momentos más difíciles, así como los instantes más emotivos al lado de sus pacientes.

 “Recuerdo muchos casos especiales con covid-19, casos muy tristes”, dice antes de relatar uno de los momentos más duros.

“He visto fallecer la mitad de una familia en una unidad de cuidado crítico. A un paciente, en el día de su cumpleaños tuvimos que informarle que su mamá había fallecido, y  ese mismo día, ese paciente se complicó y tampoco ganó la batalla”, cuenta con voz pausada y sin ocultar cuánto la impactó aquella tragedia. 

“De esa familia, aquí tuvimos a cuatro personas que fallecieron en esa condición crítica”, rememora la especialista de 35 años y madre de una niña de cinco años.

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“Me levanta el ánimo poder ver a las familias reunidas nuevamente, que un paciente pueda irse a su casa, que podíamos sacar al paciente de la UCI”, dice Andrea Vargas.

Andrea suma 12 años de trabajo en cuidados críticos. Tiene una maestría en epidemiología con énfasis en sistemas de salud y varias subespecialidades en trasplante de órganos, terapia Ecmo y terapia de sustitución renal. 

Su basta carrera le ha permitido vivir experiencias al límite, pero nada comparable con estos 14 meses de convivencia con el coronavirus.

“He tenido que esforzarme mucho en aprender muchas cosas: nuevos medicamentos, cómo tratar a estos pacientes. Son pacientes complejos y con otras condiciones. Muy diferente al que veníamos tratando en una unidad de cuidado crítico”, explica.

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Mientras aprende sobre la marcha, porque la covid es nueva para toda la humanidad, Andrea debe acompañar a otras  enfermeras con menos experiencia y ayudarles a que también aprendan cómo atender a estos pacientes.

Debido a su especialidad también sale con frecuencia a otros hospitales para ayudar al equipo de Ecmo, pues no todos los centros médicos de la Caja cuentan con el recurso humano para dar este tratamiento a quienes están al borde de la muerte por un fallo en sus pulmones.

La oxigenación por membrana extracorpórea, conocida como Ecmo, por sus siglas en inglés, es una técnica extracorpórea que da soporte cardíaco y respiratorio a pacientes cuyos pulmones y corazón están gravemente dañados y no pueden desarrollar su función normal.  

“Cerca de las 4 p.m., estaremos saliendo de nuestro hospital a otro hospital para prestar ayuda con este paciente. Me siento con expectativa, muy concentrada, pensando en todo el equipo que necesito llevar porque cuando estamos ahí es prácticamente imposible que nos devolvamos por el equipo que hemos olvidado”, cuenta.

Entretanto, en el piso 7 del Calderón cada enfermo tiene su propio cuarto y, usualmente, hay dos pacientes por enfermera, excepto en los casos muy graves donde se asigna una  profesional a cada paciente.   

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Al  ser esta  área muy nueva y moderna cuenta con una especie de esclusas, donde para abrir una de las puertas, hay  que dejar primero que la otra se cierre por completo. Esto impide llevar hacia afuera alguna contaminación. 

Antes de entrar al cuarto cada enfermera debe sacar varios minutos para colocarse el equipo especial anti covid. Este incluye: bata de cuerpo entero, dos pares de guantes, mascarilla, unos lentes y la careta. 

Andrea Vargas trabaja todos los días con pacientes que se debaten entre la vida y la muerte. Su vestimenta anticovid y el uniforme de hospital solo permite verle los ojos y parte del cuello.

 Una vez que entran a la sala, no pueden volver a salir porque podrían contaminar las áreas externas. Por esta razón deben apoyarse en los asistentes de enfermería para que les lleven equipo o los implementos requeridos.

Una montaña rusa 

“Ha sido una montaña rusa de  emociones”. Así describe  Andrea su trabajo en tiempos de pandemia. Algunos días, cuenta, están  muy motivados, dispuestos y pasan cosas durante el turno que los van desgastando. Días en que se sienten muy frustrados y otros días con esperanza. “Es un principio de incertidumbre”, dice. 

Las largas jornadas de trabajo también van pasando factura a sus propias fuerzas, reconoce la enfermera. “Hay días en que no quiero venir a trabajar, pero igual vengo. Hay días en que quiero quedarme en el carro en el parqueo, pero igual vengo porque sé que hay muchas personas que me necesitan, no solo mis pacientes, sino también mis compañeros de trabajo”.

Y es que con los salones repletos de pacientes, cuando una persona falta se le recarga el trabajo a los otros.  

En  este momento es abrumador la cantidad de pacientes que tenemos bajo el mismo diagnóstico y a veces no alcanzamos, no somos suficientes“.

Andrea Vargas,

“ A veces hay que sacar fuerzas de donde no tenemos por pensar en un bien común, en un bien país, porque a pesar de que somos sustituibles, por otros compañeros, sabemos que hacemos falta. En  este momento es abrumador la cantidad de pacientes que tenemos bajo el mismo diagnóstico y a veces no alcanzamos, no somos suficientes”, declara.

Para la especialista lo  más doloroso  es que la gente les llame mentirosos y conspiramos por decir que la covid-19 es real. “Me duele mucho volver a victimizar a las familias y a las personas que han padecido esta condición de covid-19 en su estado más crítico”. 

Mientras que su mayor temor es a un colapso aún mayor de los servicios de salud y que la gente no tenga un  albergue a donde ir y tengamos que vivir escenas dantescas como las vivió Ecuador o la India.

 Pero sus largas horas en las salas de cuidado crítico durante esta pandemia también le han generado alegrías y momentos tan emotivos que nunca desaparecerán de su memoria. Esas vivencias, Andrea las narra con una sonrisa. 

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“Una paciente  nos impactó a todos como equipo. Nosotros ya no teníamos esperanza de cómo, terapéuticamente, apoyarla para que ella saliera de esa condición. Y cuando sus hijos mandaron unos audios despidiéndose, no eran de decir adiós, sino de decirle cuánto la iban a extrañar si ella se iba; esa mujer sacó fuerzas; no sé de dónde en su inconsciencia, y pudo irse recuperando hasta que después de varios meses salió. La vi irse con un vestido, peinada, con sandalias para reunirse con su familia, con sus hijos”. 

“Es uno de  los testimonios más bonitos que yo he podido vivir como enfermera. Realmente eso nos llenó de esperanza y nos dio fuerza para seguir luchando por estos pacientes. Porque uno no lucha solo, uno lucha con el paciente y con las familias también”, añade.  

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